Que los tres descendidos la pasada temporada a la Liga Adelante no han sabido adaptarse a la nueva categoría es un hecho: Sporting y Racing por la pésima planificación de sus dirigentes, apostando por proyectos que no iban a ningún sitio, y el Villarreal, por dejar una plantilla llamada a dominar de forma tiránica la categoría en manos de un técnico inexperto. El resultado es evidente: mientras el Racing lucha por salir de la cola de la tabla, el Sporting intenta sacar la cabeza de los puestos de la tabla y en Villarreal ven con incredulidad como su equipo está fuera de la zona de play-off de ascenso.
Ese pobre rendimiento hizo caer la guillotina, primero en Gijón y más tarde en Santander. Mientras tanto, en Castellón seguían creyendo en Julio Velázquez, que a trompicones mantenía el ritmo de cabeza. Sin embargo, cuatro jornadas sin ganar han sido demasiadas para la familia Roig, que conscientes del fiasco del año pasado no querían repetir experiencia, conscientes de que desaparecer más de un año de la máxima categoría del fútbol español conducía poco menos que a la muerte económica y social. Esa necesidad explica perfectamente la elección de Marcelino como nuevo inquilino del banquillo de el Madrigal: si bien es cierto que el asturiano no ha terminado de cuajar en empresas superiores, lo que sí tiene perfectamente certificado el de Careñes es su capacidad de sacar rendimiento a equipos en dificultades, como demostró en el Zaragoza y el Racing. A ese dato se aferra el Villarreal, que busca que su nuevo técnico le devuelva al camino que nunca debió abandonar, el del ascenso. Algo que, siendo sinceros, vemos con la mayor de las envidias desde Santander, metidos de lleno en un proyecto que navega no se sabe muy bien hacia donde.
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