Menos de cuatro meses ha durado la la estancia de Fabri en Santander. En ese período, que arrancó el pasado 14 de agosto, han pasado muchas cosas, aunque no demasiado buenas ni para el Racing ni para su entrenador.
Lo que debía ser el arranque de un proyecto que tenía como objetivo llevar al Racing de vuelta a Primera, se ha convertido en una auténtica pesadilla que tiene al equipo ahora mismo al borde del abismo de la Segunda B.
Todo empezó un 14 de agosto, en una operación relámpago que dió al traste con el concepto de club que tenía Manolo Sáiz, y situó nuevamente a Pernía en primera línea de fuego. Una de las primeras decisiones del «nuevo Racing» fue contratar a un técnico experimentado y menos alejado de las irrealizables ideas futbolísticas de Unzué.
Con esa intención llegó Fabri, que aterrizó en Santander tras una turbulenta rescisión de contrato en Huesca y con un discurso claro: devolver al Racing a la categoría que le correspondía por historial.
Sin embargo, el gallego tardó poco en empezar a defraudar las pocas esperanzas que había puestas en él: tragó con los fichajes del Consejo, criticó abiertamente a su plantilla y empezó a variar de forma errática su idea futbolística.
Aislado y cada vez más criticado, Fabri decidió dejarse llevar, llegando a convertirse en una marioneta de Harry y compañía, y aceptando incluso que se le impusieran alineaciones en las últimas jornadas de liga.
Convertido en escudo de quienes manejan el club, el lucense se limitó a esperar el golpe de gracia definitivo para poder irse con la indemnización correspondiente bajo el brazo. Ese momento llegó el pasado domingo cuando, exhausto, Fabri tiró su último órdago al Consejo para forzar su despido. En esta ocasión Harry decidió recoger el guante, obligado por la calamitosa situación clasificatoria del equipo. Un fin de trayecto cantado casi desde el principio, y que deja el banquillo vacante y un horizonte cuanto menos preocupante, dados los nombres que se manejan para ocuparlo y quien es el encargado de decidirlo.
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